Nuestra parashá comienza con la palabra “Vayiakhel”, literalmente “se congregó”. Moshé, luego del suceso con el Becerro de Oro, reunió al pueblo a su alrededor. Rashí explica que la forma gramatical en la que está escrito el término, expresa que el pueblo se congregó a su alrededor sin que él deba llamarlos.
En nuestros días existe una tendencia cada vez más extendida a que cada persona viva su vida, definiendo su realidad dentro de una burbuja hecha a imagen y semejanza de sus necesidades, expectativas y creencias. No hablamos ya del famoso “individualismo” del que se hablaba al comienzo de la posmodernidad, sino de una especie de subjetivismo, donde no es que uno se concibe como un individuo desprendido de un todo social mayor, sino, que la colectividad está completamente vedada, oculta de cualquier relevancia o interés.
El colocar al sujeto, la persona, en el centro de la escena, escindido de todo lo demás, provoca que cualquier atisbo de realidad, o de acercamiento a una verdad independiente de mis preferencias, sean vistos ya no como falsos o relativos, sino como indiferentes.
¿Cómo una sociedad como la que habitamos puede lograr una conexión con lo trascendente? ¿Cómo podemos esperar un despertar en un escenario tan lleno de luces que nos impide ver el telón de fondo, la profundidad?
Vayiakhel…
Existen situaciones de las cuales es posible decir que las ideas determinan, aunque sea en parte, las acciones sociales. Sin embargo, hay otras, como la que mencionamos arriba, donde la forma de vivir influye notoriamente en nuestra visión del mundo.
El judaísmo, fiel a uno de sus principios fundantes, aquel que afirma los opuestos en lugar de negarlos y que no se deja atrapar por el dualismo, nos enseña, que hay un lugar para el idealismo (Abraham cambió el mundo al transmitir el conocimiento de Hashem al mundo), pero también hay espacio para el materialismo: las nuevas tecnologías y las posibilidades que dio el internet, los celulares y las computadoras, y ahora también la inteligencia artificial, no son solo herramientas con las que moldeamos el mundo, sino que son ellas las que tienen el poder de moldearnos a nosotros.
La novedad de nuestra parashá es que cuando nos hallamos frente a una crisis de sentido, debemos recurrir a eso que nos brinda luz y claridad: el ser parte de algo más grande que nosotros mismos, la calidez que brota de una sana reunión con nuestros pares.
Cuando notamos que nuestros hijos por momentos parecen alienados, extrañados o ensimismados, la clave no está en la prohibición (eso no significa que debemos permitir cualquier cosa, obviamente), sino en los caminos que se abren hacia la conexión con los demás. En nuestros días hay pocas cosas más vitales que la amistad, la participación y el fomento de liderazgos sanos, no es suficiente con estar en el mismo lugar que otras personas, es esencial ser parte, volvernos relevantes para nuestro entorno.
¡Que Hashem llene de luz a esta generación y que pronto nos hallemos todos juntos, unidos, en nuestra casa!

