Aunque el Shabat ya está hecho, cabría sí construir sobre lo construido.
«Y cuidaran los hijos de Israel al Shabat para
hacer al Shabat por sus generaciones como
pacto eterno.»
(Shemot XXXI-16 y17).
En ese aspecto para contemplarlo al Shabat hay que hacerlo. Tenemos un arduo trabajo de predisposición espiritual, si queremos acceder no sólo a su cuerpo, sino dejar entrar también su alma.
Reconocemos que en Buenos Aires ese desafío es más bravo que en Ierushalaim o Bené Berak. Allí se respira el Shabat. El paisaje, los montes y sus aromas, los niños con sus padres, las leshibot y Batei Kenesiot, el mar y las estrellas, cada rincón saluda: ¡Shabat Shalom!
Pero en el Zohar se afirma: «En el día de Shabat hasta los condenados del Gueinom (infierno) reposan». Hasta el mismísimo infierno llega el Shabes. Hasta estas calles porteñas prostituidas, de esta irreconocible Buenos Aires, llega el haz de su luz.
Hay que predisponerse, este trabajo puede y debe hacerse en Shabat. Y no sólo los aún lamentablemente profanadores del Shabat, si no los- como nosotros– supuestos observantes del Shabat.
Digámoslo de una vez: la rutina nos asfixia. Se impone una revalorización del Shabat, sus tefilot, sus momentos y sus aromas; sus solemnidades y sus trivialidades. Si el ama de casa con sus preparativos cae en una neurastenia histérica, en estos viernes cortos, si no saboreamos por lo menos algunos pasajes especiales de la Tefilá, “…רצה נא במנוחתנו”
si no aprovechamos estas largas noches benditas, para luego del reparador sueño del Shabat de invierno, levantarnos en la mitad de la noche, y escuchando el silencio del paisaje de la casa, iluminada por la llama de los nerot, y luego de tapar a los chicos, sumergirnos en un estudio que en Shabat se puede profundizar mejor que en días de semana, si no captamos sus revelaciones, ¿Qué queda del Shabat? ¿La loca carrera de comer e ir a dormir rápido «porque la tarde es corta», para luego levantarnos tarde de una siesta mal dormida, a fin de llegar también tarde a una Minja ya comenzada, y también mal rezada, con las legañas aún en los ojos, y la taquicardia de la corrida al Knis, sin poder contemplar al cielo ni aprehender la santidad de la caminata?
Concentrémonos unos instantes aún para jugar con nuestros hijos y aún en lo más periférico, gozando un platillo preferido, dejando cantar al alma, concientizandonos aún del placer de dormir, en honor al Shabat.
El Shabat necesita pues de la planificación de los grandes momentos, a fin de que podamos saborearlo en calma y paz, en perfecta armonía entre alma y cuerpo. «El que se esfuerza en Erev Shabat, podrá comer en Shabat». Planificación para «hacer» un buen Shabat, del que salgamos revitalizados.
Con un poco más de concentración, entonces:
«…Reconocerán tus hijos y sabrán que de Ti viene su reposo»
Empezaremos así a rescatar ese antiguo y olvidado arte de contemplar.
Rav Efraim Dines Shlit´´a, Extraído con permiso de su magnífica y monumental obra «Fundamentos», pág. 258
(La imagen fue añadida exclusivamente por parte de Darkhei Noam)

