Una mirada controversial. Una invitación a profundizar.
Hace poco estuvimos involucrados en una guerra.
Y no hablo de una guerra de televisión, ni de palabras.
Hablo de una guerra real: con aviones, drones, misiles, corriendo hacia los refugios…
Una situación intensa, desafiante, que nos atravesó a todos.
Desde ahí, con la llegada de la tregua se empezó a hablarse de ganadores y perdedores.
De triunfo y de derrota.
Pero yo quiero traer otra mirada.
Una que puede incomodar, pero nace desde la profundidad del entendimiento.
Se ha dicho que Irán perdió.
Y yo lamento decirles que, desde mi mirada, Irán no perdió la guerra.
Pero tampoco la ganó.
Porque en estos escenarios, no hay realmente ni ganadores ni perdedores.
Lo que hay es algo mucho más complejo…
¿Por qué digo que no perdió?
Porque quien no tiene nada que perder, no puede perder realmente.
Y esto no es filosofía. Es una observación cruda.
Cuando decimos “Irán”, ¿a quién nos referimos?
¿A la Ayatolá?
¿A los ciudadanos?
¿A la tierra?
¿A las ideas?
¿Quién perdió? ¿Quién ganó?
¿Los ciudadanos comunes que quizás ni eligieron estar ahí?
¿La Ayatolá, que representa un poder ideológico?
¿La tierra que no se mueve, pero es siempre el escenario del conflicto?
Y ahí es donde nace la verdadera crisis.
Porque la lucha nunca fue realmente contra Irán.
La lucha fue —y sigue siendo— contra el reforzamiento de un ideal.
Seguimos, a veces sin darnos cuenta, sosteniendo la idea de que necesitamos luchar, que hay que demostrar poder, que hay que ganar…
Y con eso, seguimos alimentando un sistema que vive del conflicto.
Pero no vengo solo a abrir esta pregunta.
Vengo a ampliarla.
¡A decir que el mal no es una persona!!. ««El mal es una idea»«.
Una representación ideal que se manifiesta a través de personas, pero no se reduce a ellas.
Las personas son recipientes.
Pueden portar el mal, o pueden portar el bien.
Pero si ese recipiente desaparece —como ha ocurrido una y otra vez en la historia de la humanidad—, otro surge en su lugar.
Porque el mal no está en el envase, sino en el contenido.
Y ahí está la confusión.
Cuando creemos que eliminando a una persona, a un país o a un grupo, eliminamos el mal, estamos en un gran error.
Porque esa idea —si no es enfrentada—, simplemente buscará otro cuerpo, otro nombre, otra forma de expresarse.
Y cuando hacemos este análisis, muchas veces sacamos a Hashem de la ecuación.
Porque hablamos de poder, de fuerza, de victorias… como si fueran nuestras.
Como si dependieran de estrategias humanas o ejércitos o inclusive de armamentos.
Pero nosotros no tenemos fuerzas.
Irán no tiene fuerzas.
Ninguna nación, ninguna ideología por sí misma tiene fuerza.
Toda fuerza viene de Hashem.
Y Él es quien decide a quién se la da y cuándo.
Aceptar eso —profundamente— es admitir nuestra limitación, nuestra ignorancia, nuestra pequeñez como seres humanos.
Entonces, ¿qué hacemos con esta lucha?
La verdadera lucha es interna.
Es contra la idea misma que alimenta el mal.
Y esa lucha solo se gana de una forma: «»construyendo el bien»».
El mal y el bien han estado enfrentados durante siglos ( Es una creación de Hashem, inclusive, el desafío es llegar a entender que el bien y el mal no existe, sino solo Hashem y todo provienen de él).
Pero el mal tiene una función incómoda, muchas veces no dicha:
reforzar el bien.
Despertar al bien de su letargo.
Es el mal el que nos sacude.
El que nos muestra lo dormidos que estamos.
El que nos recuerda lo que no estamos cuidando, construyendo, cultivando.
La bondad no es un derecho.
No es algo automático.
Es una tarea, una responsabilidad, un trabajo continuo.
Y si no reforzamos el bien, el mal —que está siempre al acecho— toma forma.
Hoy se llama Irán.
Mañana se llamará de otra manera.
El nombre cambia, el recipiente cambia…
Pero la idea permanece.
Ya en Purim aprendimos esto.
La mayor bendición de Amán fue despertar al pueblo del letargo.
Obligarlo a mirar hacia adentro.
A volver a lo esencial:
Solo existe Hashem.
Solo Él da la fuerza.
Solo Él conduce la historia.
Y quizás, al final de todo, el verdadero propósito del mal sea ese:
empujarnos a construir más bien, a elevarnos, a unirnos, a recordar quién tiene la verdadera fuerza.
Esa es la batalla más grande.
Y también la más íntima.
No contra el otro.
Sino a favor de lo que queremos que exista en este mundo.
La pronta llegada del Mashiaj.
Alexis Cabenovsky es Argentino-Israelí, casado y padre de tres hijos. Con una sólida trayectoria como Moré (educador), ha acompañado proyectos educativos y comunitarios en la ciudad de Rosario, Argentina, dentro de la institución Shevet Ahim. Asimismo, desarrolló su labor en la ciudad de Córdoba, desempeñándose como Moré tanto en la Unión Israelita Sefaradí como en el Colegio Maimónides.
Coach Formador desde el año 2019 hacía la actualidad y Coach Sistémico con el programa de los 6 escuchas.
Es autor de diversos artículos y del libro Jazak, Jazak, VenitJazek, una recopilación de más de 100 reflexiones que integran pensamiento filosófico, espiritualidad y compromiso con el crecimiento personal. Desde 2017 lidera un proyecto semanal de Mensajes de Shabat, enfocados en fortalecer el vínculo entre tradición y vida contemporánea.
Actualmente reside en la ciudad de Or Akiva, Israel.

