Hay padres, cónyuges, o educadores, que sienten que simplemente… han fracasado en su misión educativa. Por supuesto la frustración es dolorosa y muchas veces uno siente que no está a la altura de las circunstancias.
Un ex compañero de la Yeshivá, Jacobo K., escribió hace unos años una frase que me pareció maravillosa:
“En una carrera que no tiene metas gana el que se rinde primero”.
Hoy en día el mundo tira a que vivamos sin sentido, sin ir hacia ningún lado. Antes era por ideología, hoy ni siquiera eso.
Corremos como locos sin parar, sin pensar más allá de las exigencias que se van sumando a la lista.
Corremos detrás del “éxito”. Detrás de los resultados. De logros.
Corremos sin parar. Nos vivimos rindiendo.
En nuestra sociedad exitoso es aquél que se encuentra “más arriba” de la escala que sus otros compañeros, ya sea en un área profesional, económica, física e incluso espiritual (absurdamente existen personas que compiten para ver quién es “más reli”… ), etc.
En el Judaísmo el éxito no puede medirse ni compararse con el éxito ajeno. Nunca se trata de obtener los resultados que uno espera o de no obtenerlos.
El éxito real no se nota, y por eso hay pocos que logran reconocerlo cuando lo ven, y menos son los que lo aplauden.
“lefum tzaara agra1«, “Según el esfuerzo la recompensa” dice el Pirkei Avot. En el Judaísmo el esfuerzo es la medida del éxito.
Nadie puede realmente saber quién se esforzó más o menos en su crecimiento.
Nadie puede saber quién es mejor que quién, ni cuánto invirtió el otro para llegar a donde está, sea donde sea que hoy se encuentre hoy, no conocemos la lucha interna y cuál fue su punto de partida.
Quizás… esa persona que “miramos desde arriba” sea mucho más grande que nosotros mismos… solo es una cuestión de miopía.
El judaísmo nos insta en ver la grandeza que cada persona esconde en su interior, y en ponderar a los demás con un valor absoluto como poseedores de un “Tzelem Elokim” “una imagen Di-vina2”.
El fracaso en el judaísmo no es no lograr. No es “no estar ahí” a donde me propuse, o donde la sociedad pretende que esté. Fracaso es no intentar.
No debemos reprocharnos el “no haber llegado a”, sea cual sea el destino pretendido. Lo único que podemos reprocharnos a nosotros mismos es no haberlo intentado, no haber hecho el esfuerzo.
Los resultados pertenecen a Di-os, y a nadie más.
Nuestro cometido es seguir intentando, como enseña Rabí Tarfón3: «No es tu obligación terminar la tarea, pero no eres libre de desentenderte de ella».

