Hay días en los que tenemos el agrado de recibir en nuestro hogar visitas que son importantes para nosotros, pueden ser amigos, familiares o conocidos en una festividad, Shabat o una visita ocasional.
Esos momentos suelen ser especiales y requerir una cierta reorganización en la casa y la familia.
A veces, en el ajetreo de atender a nuestros bienvenidos visitantes, puede suceder que nuestros niños queden relegados a un segundo plano. Esto sucede porque a nuestros ojos, no precisan de nuestra asistencia en su propio hogar, y además sentimos que nuestro deber es que sean considerados y vean como se debe tratar a un invitado, una hermosa cualidad que aprendimos de nuestro patriarca Abraham Avinu.
Sin embargo, es esencial que el espacio que es usualmente brindado a los integrantes de nuestro hogar, sea respetado, en especial el de nuestros propios hijos; su lugar en la mesa, la posibilidad de contarnos sus cosas o acotar en la conversación, por ejemplo.
Cómo dice Rav Noah Orlowek: «Por lo general somos respetuosos y agradables con nuestros huéspedes, pero nuestros hijos son nuestros invitados más importantes».
Si bien esto no implica cargar de artificialidad el trato que damos a nuestros hijos, ni hacerlo en forma teatral exagerando la situación (no es necesario remarcarlo en forma distintiva), sí es importante mantener un trato, calmo, agradable y paciente como tratamos a cualquiera que venga a nuestra casa.
De esta manera, cada visita especial será también una oportunidad de transmitir dos mensajes esenciales a nuestros hijos:
1) Nuestro amor es incondicional, nuestro trato no se modifica ante la presencia de otras personas, por más «importantes» que sean.
2) El valor que tiene el tratar con calidez y amabilidad a nuestros invitados («ajnasat orjim»), cómo una vivencia agradable, libre de competencias.

