¿ATENCIÓN O AFECTO?


Cuando los decibeles de nuestros niños comienzan a elevarse, la primera reacción  que suele surgir en nosotros es la típica frase de “Está llamando la atención” – es algo que escuchamos tan a menudo que simplemente escapa de nuestros labios por mera costumbre.

Un principio básico de la educación es aprender a identificar qué es realmente lo que está pasando. Las mamás y los papás entrenados tienen un “ojo clínico” que para un novato parece más bien una obra de adivinación.

Hoy quería presentar una distinción que quizás ayude a pulir aún más esa lente: Atención no es lo mismo que afecto.

La atención es un primer paso que nos permite enfocarnos en el niño, pero no es suficiente para transmitir amor.

El afecto, en cambio, es mucho más que eso, es, como dice R Lawrence Kelemen, una respuesta a las necesidades del niño y consiste en transmitir calidez y cariño en nuestra relación con él.

Muchas veces nuestros hijos nos están pidiendo afecto, calidez, presencia y cercanía, esto es mucho más que tan solo ver “que es lo que están haciendo” en lugar de mirar alguna otra cosa.

Esta es la diferencia entre estar y “querer” estar ahí, si tú quieres estar ahí, él va a querer estar donde quiera que tú vayas.

En nuestros días hay una pandemia de estrés generalizado, y eso incluye, por supuesto, a los niños. Algunos de nuestros hijos pueden parecer distantes, frustrarse por metas no conseguidas y muchas veces tener dificultades para relajarse y disfrutar los momentos “como un niño”.

Como padres, nuestro rol en estos casos, es ser un apoyo emocional cálido y cercano. Intentar convertirnos en un oasis de tranquilidad para ellos.

En la práctica, aquello que transmite afecto es también lo que disminuye la tensión y el estrés diario acumulado.

Algunos puntos para reforzar el mensaje:

1- Aumentar el contacto físico cálido. Puede ser mediante alguna caricia, abrazo o simplemente tomando su mano mientras hablamos.

2- Enfocar nuestra atención, es decir, desprenderme momentáneamente (en forma total) de toda otra actividad. No es suficiente voltear la cabeza, todo mi cuerpo debe “soltar” lo que estaba haciendo.

3 – Disfrutar ese momento, por pequeño que sea. Si yo llegué a disfrutarlo, será significativo para mi hijo.

4 – No generar un corte abrupto. Mi retorno a la actividad en la que estaba concentrado hasta el momento debe ser lento, lo más lento que pueda.

La pregunta clave que debemos incorporar a nuestros hábitos de pensamiento es, en este momento, mi hijo, ¿está llamando la atención, o está buscando afecto?

Esta puede ser una nueva oportunidad para seguir siendo ese lugar al que mi hijo quiere volver.