El hijo de un gran Rabino, un Gadol HaDor, llegó a la adolescencia y con ello, vinieron también los cambios. Comenzó a utilizar pantalones jeans y a andar en motocicleta, lo que, obviamente, distaba mucho de su estilo de vida hasta el momento: las ropas típicas del mundo, jaredí, blanco, negro y formalidad.
Al correr el tiempo su padre se acercó a su esposa para hacerle un llamativo pedido: «nuestro hijo tiene los pantalones ya gastados, necesita que le compremos unos nuevos»
La Rabanit quedó atónica, «¡¿cómo vamos a comprarle jeans?!» – pero el Rav contestó:
«Nuestro hijo necesita jeans, si no me acompañas, iré yo mismo».
Este padre sentía un profundo amor por su hijo, donde su relación no era afectada por las circunstancias ni las expectativas que podía tener sobre él, y fue esta conexión profunda la que abrió la puerta para que su hijo finalmente pueda regresar a transitar el camino de sus padres.
Esta historia es narrada por el Rav Moshe Shojatowitz en su famoso y maravilloso libro «Binian habait». Hace un tiempo la compartí en uno de los grupos de estudio para adultos que más disfruto, y para mi sorpresa, luego de la clase, uno de los integrantes me dijo con total sinceridad, «ojalá te hubiese conocido hace cuarenta años» – ante mi expresión de incomprensión prosiguió – «si hubiese escuchado esto mi vida hubiese sido completamente distinta», inmediatamente comprendí el profundo dolor que estaba sintiendo.
A veces, los miedos, el mismo amor y preocupación por nuestros hijos y la falta de claridad en el camino a seguir, nos hacen tropezar haciéndonos caer en lo más peligroso… el alejamiento y la distancia con quienes siempre, siempre, deberían estar cerca.
Una cosa más… nunca es tarde para crear puentes. Los padres nunca dejaremos de ser significativos para nuestros hijos, y, por lo tanto, incluso cuando sea secreto para ellos mismos, nos estarán esperando.

